Creo en ti alma mía,
El otro que soy no debe humillarse ante ti,
Y tú no debes humillarte ante él.
Déjate caer conmigo en la hierba, libera tu garganta,
No son palabras, ni música ni versos los que quiero,
Ni costumbres ni discusiones, ni siquiera los mejores,
Sólo me gusta el arrullo, el murmullo de tu voz valvada.
Recuerdo cómo nos acostamos una transparente mañana de verano,
Cómo apoyaste tu cabeza sobre mis caderas y dulcemente te volviste hacia mí,
Y abriste mi camisa sobre el pecho, y hundiste tu lengua hasta mi corazón desnudo,
Y te estiraste hasta sentir mi barba, y te estiraste hasta a tocar mis pies.
De pronto se alzaron y se desplegaron a mi alrededor la paz y el conocimiento que trascienden todas las discusiones de la Tierra.
Walt Whitman
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